ISABEL
El tiempo que transcurre en viajar en autobuses hasta llegar al instituto, pasa ante sus ojos con una insólita rapidez, algo que ella agradece, pues la hora y media de transporte público se le hace soporífero. Desciende las escaleras del centro, entra al vestíbulo, y vuelve a descender más escaleras hasta llegar a la puerta de su clase. Ya hay cerca de 10 compañeros esperando. Aún así, nadie la presta atención cuando llega, y ella tampoco está por la labor de ponerse a hablar. Tiene demasiadas cosas en las que pensar, como por ejemplo, a cuantas clases va a faltar ese día, pues los Lunes son los peores y más monótonos días de la semana. Tras 5 minutos de debates internos en su cabeza, decide marcharse en el recreo. Vuelve a vibrarle el móvil, Isabel mira la pantalla: Jaime. No le apetece contestar, pero también es cierto que no tiene nada mejor que hacer.
-¿Sí?
-Hola cielo, ¿Cómo te has despertado hoy?
-Cansada. Ya sabes como son los lunes.
-No sé de qué te quejas si nunca haces nada.
-Jaime no empecemos, ¿vale?
-Perdón, lo siento, es que te echo de menos..
Como siempre, esas palabras consiguen derretirla por dentro.
-Bueno, yo tenía pensado faltar a las 3 últimas horas. Si quieres puedo pasar a buscarte a la Universidad.-se ofrece ella de buen grado, a pesar de que lo único que realmente tiene ganas era llegar a casa y de ponerse a escribir esa historia que ha comenzado la semana anterior, una novela de ficción inspirada en la persona que ha cambiado su vida a nivel artístico y personal, Michael Jackson. Pero claro, no quiere ni comentárselo a su pareja, ya que él considera su fanatismo una enfermedad, literalmente. Sus padres también se lo insinúan, pero ella, por más que lo piensa, no lo ve así. Simplemente ve un amor puro y sincero por alguien que le ha hecho ser mejor persona.
-Mmm, no tenía pensado faltar, pero vale, quedamos en Moncloa-responde Jaime con un deje de entusiasmo en la voz- Además podemos ir a mi casa, que no están mis padres.
Por un momento se le quitan las ganas de quedar con su novio, pues sabe perfectamente la insinuación que se esconde tras esa frase. La profesora hace acto de presencia, y abre la puerta de clase. Sus compañeros comienzan a entrar.
-Tengo que colgar. Ya ha llegado mi tutora. Nos vemos luego.
-De acuerdo. Te quiero mucho.
-Sí.. Y yo.
La llamada se corta. Ella contempla indecisa la puerta de la clase, que parece invitarla a atravesarla. Tuerce el gesto, gira la cabeza a ambos lados, cerciorándose de no se vista por nadie, y abandona el instituto lo más rápido que sus pasos le permiten. Nuevamente en la calle, marca el número de Amanda, aún con la esperanza de que sus ganas de ir a clase sean exactamente iguales a las suyas: nulas. Al segundo tono contesta la llamada.
-Dime.
-He decidido no pasar hoy por la clase de tortura. Tu…¿vas a entrar en clase?
-Pues tengo Lengua, Inglés, y análisis musical. Y encima hace frío.
-¿Qué tiene que ver?
-Pues que el frío es un signo claro de que en mi casa estaremos a resguardo del frío y de la lluvia.-contesta ella súbitamente feliz.-Quedamos en media hora en Moncloa, ¿vale? ¡Besos!
Se corta la llamada. Isabel coge aire y se dirige a la parada de autobús…por segunda vez en menos de 1 hora. Desde luego, el día promete más que si hubiese entrado a clase.
AMANDA
Amanda se despide de su amiga en el intercambiador de Moncloa y se dirige a la dársena del autobús que la dejará lo más cerca posible de su instituto, en Majadahonda. Saca el mp3 de su mochila, y se coloca los cascos para escuchar música y desconectar un poco antes de pasar seis horas soporíferas encerrada en una clase.
Nota un par de golpecitos en su espalda y por segunda vez en el día, se gira a ver quién es. Es Guille, el chico con el que normalmente va en el autobús. Es bastante amigable y le gusta su compañía ya que puede desconectar mientras él habla. Ella únicamente se limita a asentir mientras presta más atención a la música que a él.
Guille la sorprende al darle un cigarro que ha liado para ella, en cuanto bajan del autobús.
- Ah, gracias. - sonríe.
Continúan hablando. Entre los pocos monosílabos que Amanda intercambia con él, se pone a observar el día, el color del invierno en los árboles, el frío helando su aparato respiratorio con cada una de sus respiraciones. El ligero viento que mece los árboles y su pelo anaranjado, el cual casi roza a su amigo, es entonces cuando se le pasa por la cabeza que debería ir a la peluquería a que se lo cortaran, pero en seguida rechaza la idea. Ha decidido, por primera vez en su vida, dejarlo crecer y todo el mundo coincide en que le favorece mucho más que su antiguo y aburrido corte por debajo de la oreja.
Llegan a las puertas del centro como siempre, alrededor de quince minutos antes de que suene el timbre que da comienzo a las clases. A pesar de que acaban de empezar el segundo trimestre hará apenas tres semanas, Amanda cae en la cuenta de que se lo pasaría mucho mejor en la calle que en clase. Apesadumbrada mira hacia el interior del centro, recubierto de vallas rojas que bien podrían simular las de una cárcel, pues además de que el edificio es feo y viejo, la puerta se mantiene cerrada durante todo el día salvo en el único recreo de veinticinco minutos del que dispone a media mañana. De hecho había que llamar incluso a un telefonillo para poder salir cuando se necesitaba.
Suspira, agobiada ante la idea de tener que pasar un viernes en aquel horripilante centro, y envidia de una forma importante a su compañera Aroa, quien no ha podido ir a clase debido a las migrañas.
Guille le pega un pequeño empujón para que dejara de soñar despierta.
- Tierra llamando a Amanda. - dice cómicamente.
- Ay, Guille ¡cállate! - contesta ella mientras apura el cigarro y se apresura para entrar en la cafetería, pues nuevamente no ha tenido tiempo de desayunar apenas más que un vaso de agua.
- Qué borde eres. - le dice el chico mientras la sigue, no se lo ha tomado a mal. En cierto modo, la chica maldice para sus adentros ya que no va a poder disfrutar de un poco de tiempo a solas para despejarse y concienciarse de que tiene que prestar atención en su maravillosa clase de lengua.
Se horroriza al pensar que nuevamente le toca aburrirse pues están dando las coordinadas copulativas, las cuales se sabe de memoria desde segundo de la ESO.
Antes de poner un pie en la cafetería, la distrae una tenue vibración proveniente del bolsillo de su vaquero. Un pequeño suspiro de alivio se escapa de sus labios al ver el número de Isa en la pantalla.
- Dime
- Sálvame de mi preciada clase de tortura.
- Mmm, tengo lengua … inglés … y análisis musical. ¿Llamas a lo tuyo tortura?
- Sí, bueno ¿Qué dices?
- Que hace frío. - le contesta Amanda.
-¿Y qué?
- Pues que el frío significa que tenemos que ir a mi casa a resguardarnos, no vaya a darnos una neumonía.
Su amiga se ríe y después de poca conversación más, se despide de Guille y abandona el instituto a toda prisa para no perder el autobús que la dejará en Moncloa, donde ha quedado con su amiga, quien le ha salvado de seis horas muertas en una clase.