lunes, 29 de noviembre de 2010

Capítulo 2





ISABEL

El tiempo que transcurre en viajar en autobuses hasta llegar al instituto, pasa ante sus ojos con una insólita rapidez, algo que ella agradece, pues la hora y media de transporte público se le hace soporífero. Desciende las escaleras del centro, entra al vestíbulo, y vuelve a descender más escaleras hasta llegar a la puerta de su clase. Ya hay cerca de 10 compañeros esperando. Aún así, nadie la presta atención cuando llega, y ella tampoco está por la labor de ponerse a hablar. Tiene demasiadas cosas en las que pensar, como por ejemplo, a cuantas clases va a faltar ese día, pues los Lunes son los peores y más monótonos días de la semana. Tras 5 minutos de debates internos en su cabeza, decide marcharse en el recreo. Vuelve a vibrarle el móvil, Isabel mira la pantalla: Jaime. No le apetece contestar, pero también es cierto que no tiene nada mejor que hacer.
-¿Sí?
-Hola cielo, ¿Cómo te has despertado hoy?
-Cansada. Ya sabes como son los lunes.
-No sé de qué te quejas si nunca haces nada.
-Jaime no empecemos, ¿vale?
-Perdón, lo siento, es que te echo de menos..
Como siempre, esas palabras consiguen derretirla por dentro.
-Bueno, yo tenía   pensado faltar a las 3 últimas horas. Si quieres puedo pasar a buscarte a la Universidad.-se ofrece ella de buen grado, a pesar de que lo único que realmente tiene ganas era llegar a casa y de ponerse a escribir esa historia que ha comenzado la semana anterior, una novela de ficción inspirada en la persona que ha cambiado su vida a nivel artístico y personal, Michael Jackson. Pero claro, no quiere ni comentárselo a su pareja, ya que él considera su fanatismo una enfermedad, literalmente. Sus padres también se lo insinúan, pero ella, por más que lo piensa, no lo ve así. Simplemente ve un amor puro y sincero por alguien que le ha hecho ser mejor persona.
-Mmm, no tenía pensado faltar, pero vale, quedamos en Moncloa-responde Jaime con un deje de entusiasmo en la voz- Además podemos ir a mi casa, que no están mis padres.
Por un momento se le quitan las ganas de quedar con su novio, pues sabe perfectamente la insinuación que se esconde tras esa frase. La profesora hace acto de presencia, y abre la puerta de clase. Sus compañeros comienzan a entrar.
-Tengo que colgar. Ya ha llegado mi tutora. Nos vemos luego.
-De acuerdo. Te quiero mucho.
-Sí.. Y yo.
La llamada se corta. Ella contempla indecisa la puerta de la clase, que parece invitarla a atravesarla. Tuerce el gesto, gira la cabeza a ambos lados, cerciorándose de no se vista por nadie, y abandona el instituto lo más rápido que sus pasos le permiten. Nuevamente en la calle, marca el número de Amanda, aún con la esperanza de que sus ganas de ir a clase sean exactamente iguales a las suyas: nulas. Al segundo tono contesta la llamada.
-Dime.
-He decidido no pasar hoy por la clase de tortura. Tu…¿vas a entrar en clase?
-Pues tengo Lengua, Inglés, y análisis musical. Y encima hace frío.
-¿Qué tiene que ver?
-Pues que el frío es un signo claro de que en mi casa estaremos a resguardo del frío y de la lluvia.-contesta ella súbitamente feliz.-Quedamos en media hora en Moncloa, ¿vale? ¡Besos!
Se corta la llamada. Isabel coge aire y se dirige a la parada de autobús…por segunda vez en menos de 1 hora. Desde luego, el día promete más que si hubiese entrado a clase.


AMANDA

Amanda se despide de su amiga en el intercambiador de Moncloa y se dirige a la dársena del autobús que la dejará lo más cerca posible de su instituto, en Majadahonda. Saca el mp3 de su mochila, y se coloca los cascos para escuchar música y desconectar un poco antes de pasar seis horas soporíferas encerrada en una clase.
Nota un par de golpecitos en su espalda y por segunda vez en el día, se gira a ver quién es. Es Guille, el chico con el que normalmente va en el autobús. Es bastante amigable y le gusta su compañía ya que puede desconectar mientras él habla. Ella únicamente se limita a asentir mientras presta más atención a la música que a él.
Guille la sorprende al darle un cigarro que ha liado para ella, en cuanto bajan del autobús.
- Ah, gracias. - sonríe.
Continúan hablando. Entre los pocos monosílabos que Amanda intercambia con él, se pone a observar el día, el color del invierno en los árboles, el frío helando su aparato respiratorio con cada una de sus respiraciones. El ligero viento que mece los árboles y su pelo anaranjado, el cual casi roza a su amigo, es entonces cuando se le pasa por la cabeza que debería ir a la peluquería a que se lo cortaran, pero en seguida rechaza la idea. Ha decidido, por primera vez en su vida, dejarlo crecer y todo el mundo coincide en que le favorece mucho más que su antiguo y aburrido corte por debajo de la oreja.
Llegan a las puertas del centro como siempre, alrededor de quince minutos antes de que suene el timbre que da comienzo a las clases. A pesar de que acaban de empezar el segundo trimestre hará apenas tres semanas, Amanda cae en la cuenta de que se lo pasaría mucho mejor en la calle que en clase. Apesadumbrada mira hacia el interior del centro, recubierto de vallas rojas que bien podrían simular las de una cárcel, pues además de que el edificio es feo y viejo, la puerta se mantiene cerrada durante todo el día  salvo en el único recreo de veinticinco minutos del que dispone a media mañana. De hecho había que llamar incluso a un telefonillo para poder salir cuando se necesitaba.
Suspira, agobiada ante la idea de tener que pasar un viernes en aquel horripilante centro, y envidia de una forma importante a su compañera Aroa, quien no ha podido ir a clase debido a las migrañas.
Guille le pega un pequeño empujón para que dejara de soñar despierta.
- Tierra llamando a Amanda. - dice cómicamente.
- Ay, Guille ¡cállate! - contesta ella mientras apura el cigarro y se apresura para entrar en la cafetería, pues nuevamente no ha tenido tiempo de desayunar apenas más que un vaso de agua.
- Qué borde eres. - le dice el chico mientras la sigue, no se lo ha tomado a mal. En cierto modo, la chica maldice para sus adentros ya que no va a poder disfrutar de un poco de tiempo a solas para despejarse y concienciarse de que tiene que prestar atención en su maravillosa clase de lengua.
Se horroriza al pensar que nuevamente le toca aburrirse pues están dando las coordinadas copulativas, las cuales se sabe de memoria desde segundo de la ESO.
Antes de poner un pie en la cafetería, la distrae una tenue vibración proveniente del bolsillo de su vaquero.  Un pequeño suspiro de alivio se escapa de sus labios al ver el número de Isa en la pantalla.
- Dime
- Sálvame de mi preciada clase de tortura.
- Mmm, tengo lengua … inglés … y análisis musical. ¿Llamas a lo tuyo tortura?
- Sí, bueno ¿Qué dices?
- Que hace frío. - le contesta Amanda.
-¿Y qué?
- Pues que el frío significa que tenemos que ir a mi casa a resguardarnos, no vaya a darnos una neumonía.
Su amiga se ríe y después de poca conversación más, se despide de Guille y abandona el instituto a toda prisa para no perder el autobús que la dejará en Moncloa, donde ha quedado con su amiga, quien le ha salvado de seis horas muertas en una clase.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Capítulo 1




AMANDA

6:55 a.m - Enero

Una chica se precipita rápidamente por la acera hacia la roja marquesina de autobús, jadea por el esfuerzo de la carrera y contempla fijamente el autobús que está a punto de perder. Sus pulmones arden y la castigan a cada zancada. Llega justo cuando el conductor está cerrando las puertas del autobús urbano y arranca. Ella sin resignarse a perderlo, le da una patada a una de las puertas de cristal haciéndole ver al conductor su enfado. Por fin sube al autobús, con una respiración anormalmente agitada llamando la atención de muchos de los pasajeros, a los cuales ella les responde con una mirada de circunstancias provocando que casi todos desvien la mirada, todos salvo su amiga quien con los cascos del mp3 puestos la contempla con una ligera sonrisa.
Amanda se gira hacia el conductor mientras rebusca en su mochila repleta de sus libros y la carpeta llena de apuntes del bachillerato de Artes Escénicas.
Un sudor frío y un escalofrío se apoderan de ella de golpe, se ha dejado el abono en casa. “mierda”, piensa “ No puede ser”.
Eleva la mirada, con una expresión suplicante en el rostro pero el conductor no siente ninguna compasión hacia ella. Desesperada vuelve a mirar hacia su amiga.
- Un segundo, por favor. - le dice al conductor y se acerca rápidamente a Isa, trastabillando ligeramente por el bamboleo del autobús en marcha. - Tia, ¿me puedes dejar un pavo? Me he dejado el abono.
- ¿Qué? - contesta ella mientras se quita uno de los cascos y la mira con los ojos legañosos.
- Que me he dejado el abono y necesito dinero para ir a clase.
Los pasajeros vuelven a contemplar esta vez a las dos chicas juntas, al loro de la conversación que ambas amigas mantienen.
-Pues no tengo ni un duro. - le contesta Isa.
Amanda se muerde el labio algo desesperada y mira a su alrededor buscando ayuda. Se acerca a una mujer que la mira fijamente muy atenta a su conversación. Cuando comienza a caminar, dicha mujer empieza a negar un poco con la cabeza, lo que hace que ella se pare en seco en medio del autobús, sin saber qué hacer.
Nota un toquecito en su espalda y al girarse se topa con un hombre, que se ha levantado de su asiento y que ha sacado una cartera de cuero negro de su bolsillo.
- Si quieres yo te puedo dejar dinero, como nos vemos todos los días en el autobús, me lo podrás devolver cuando quieras. No te preocupes.
Amanda absorta, no se puede creer la suerte que ha tenido. Sonríe ligeramente.
-Muchísimas gracias. - contesta con un ligero murmullo.
-No te preocupes. - el hombre abre la cartera y tras comprobar el dinero que lleva en efectivo, mira hacia la chica. - ¿Cuánto necesitas? ¿diez? ¿Veinte?
-Con diez estará bien. - contesta ella con los ojos abiertos como platos a causa de la sorpresa.
Se acerca al conductor con el billete firmemente agarrado. El conductor que antes le había parecido hostil, ahora le parece lo más amable del mundo, pues rehusa de aceptar el dinero de la chica y le deja ir en el autobús sin pagar el viaje.
Ella vuelve a donde le espera su amiga, y tras contarle lo que ha pasado, se recuesta en el asiento y suspira, dando gracias de poder ir al instituto aquel día.
ISABEL

La suave melodía de un piano envuelve la pequeña habitación. Un bulto bajo el edredón de una cama se mueve con lentitud, dejando asomar una mano que tantea a ciegas sobre la mesilla de noche hasta localizar su objetivo: el móvil, y su correspondiente alarma. La melodía cesa, y el bulto de la cama se desenreda hasta dejar ver a la joven chica, ojerosa y blanca cual fantasma que se sienta sobre la cama. Ella mira la hora: las 06:20 de la mañana. En su fuero interno maldice la existencia de los despertadores, así como de las resposabilidades que la obligan a programarlos. Se despereza ruidosamente, se viste, y a continuación camina hacia la cocina de todas las maneras posibles menos con rectitud. Con pasimonia y pereza abre la nevera y comienza a prepararse el desayuno, pone el microondas en marcha y se limita a esperar mientras escudriña atentamente el calendario colgado en la pared, y mentalmente echa cuentas. “ Mes y medio” piensa ella “mes y medio, ya casi no queda nada”. Tras un par de minutos, se encoge de hombros y abre la puerta del microondas. Una risa silenciosa se escapa de su boca al darse cuenta de que ha introducido un vaso de cristal en el electrodómestico: pero sólo eso. Sin leche ni nada por el estilo.
Finalmente, y esta vez prestando más atención, vierte leche en el vaso y vuelve a calentarlo.
Desayuna sin prisa, pero sin saborear precisamente lo que ingiere. Mira el reloj: las 06:50. Con un último trago apura lo que queda de leche y se dirige al baño para lavarse la cara, los dientes, y peinarse un poco el pelo. Observa su rostro en el espejo, y pasa por su cabeza la idea de maquillarse un poco, pero la desecha con rápidez al ver que en cuestión de minutos tiene que salir de casa. “Mañana me despierto antes para arreglarme”, pero da igual cuántas veces se lo proponga, nunca lo hace.
A lo lejos oye la alarma del móvil de su padre, señal de que tiene que salir ya si no quiere perder el autobús. Se echa la mochila al hombro, coge las llaves, cierra dando un portazo y se precipita escaleras abajo hasta llegar al portal, abrir la puerta del mismo y salir a la calle. Como siempre, llega puntual a la marquesina del autobús, pues nada más detener su paso ve como dobla la esquina. Sube, enseña el abono, y se dirige al sitio de siempre, unos asientos dobles situados casi al final del todo. Tras un par de minutos el autobús llega a la parada donde debería de subirse Amanda, pero no la ve. Y cuando el vehículo se pone en marcha de nuevo, un golpe en las puertas hace que se detenga bruscamente dejando entrar a su extasiada y casi ahogada amiga. Isabel ve como busca algo en su mochila con gesto de preocupación. Amanda la mira, pero ella se encoge de hombros. Se acerca hasta donde se encuentra y le pregunta:
-Tía...¿Tienes un pavo?
-¿Un qué?-responde mientras se quita uno de los auriculares de su MP3
-Un pavo, que me he dejado el abono en casa y no tengo dinero para viajar en el bus.
-Pues no....no tengo ni un duro...
Amanda busca nerviosa con la mirada entre los pasajeros del vehículo, en busca de ayuda. Al principio parecen reticentes...pero finalmente un hombre se ofrece a prestarle dinero, asegurándole que no supone ningún problema para él, pues ya la conoce. El conductor parece apiadarse de ella dejándola viajar sin pagar el billete, por lo que Amanda se deja caer rendida en el asiento al lado de Isabel. Suspira, y cierra los ojos.
Una vibración de un móvil saca a las 2 de su inexistente conversación. Isa saca el móvil y gesticula disgustada.
-Jaime me ha enviado un sms- anuncia tras unos segundos.
-¿Y qué dice?
-Que me quiere.
-Joder tía, eso está bien, no sé por qué te molesta.
-Pues me molesta que me quiera sólo cuando no me ve y no cuando estamos juntos, que por el contrario no hacemos más que discutir.
Amanda no contesta. Isabel mira por la ventana y se pierde en sus pensamientos, mientras no deja de darle vueltas a que esa relación no tiene ningún tipo de futuro, no mientras se sienta manipulada y observada. “Algún día mi suerte cambiará” Piensa ella. Y no, no se equivocaba...